Pentecostés

Ciclo B

19 de mayo de 2024

El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. La efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia fortalece entre los discípulos los vínculos que los unen a Jesús, el Señor, y al mismo tiempo los dota de una fortaleza y una elocuencia singulares. Viento y fuego son signos del ímpetu con el que todos quedan revestidos. Su comunión se convierte inmediatamente en un impulso que los lleva al encuentro de habitantes de los más diversos rincones del mundo que se habían congregado en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. Ellos mismos lo expresan, atónitos ante el hecho de que todos escuchaban a los discípulos de Jesús en su propio idioma: “¿No son galileos, todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes”. Enlistado impresionante que cumplía en principio el envío universal que habían recibido los discípulos, y al mismo tiempo contrastaba con el episodio ancestral del pecado social de Babel, en el que la pretensión de edificar un gran proyecto humano al margen de Dios había precipitado la unidad del género humano a la confusión y al desorden. La vocación de la Ciudad Santa se cumplía, también, como punto de convergencia de los miembros del pueblo elegido, en primer lugar, y con ellos todos los que tendieran a adorar al verdadero Dios, pero también de ser el punto de partida desde el cual se dirigiera la buena noticia del amor divino a todos los hombres. Congregación y misión, ambos movimientos de cada discípulo y de la Iglesia toda, cumplidos por el vigor del Espíritu Santo derramado abundantemente.

Espíritu Santo que es, ante todo, Espíritu del Padre y del Hijo. Espíritu de verdad, que procede del Padre, y que Cristo entrega como propio a los discípulos, tal como lo había prometido, de modo que comunica la vida del Padre y del Hijo, que es también la suya en la unidad divina. Espíritu que guía a la verdad plena, que no es distinta del Reino de Dios que Cristo ha anunciado, pero que debe desplegar todo su misterio permeando la existencia íntegra de los discípulos y participando a la vez por el testimonio la misma vida divina. Espíritu que glorifica a Cristo al sellar con la eficacia de su salvación a los creyentes, Espíritu al que la Iglesia nos ha enseñado a reconocer como Señor y Dador de Vida, es decir, divino como el Padre y el Hijo y con el Padre y el Hijo, y agente de nuestra santidad, por marcarnos con la gracia del Hijo obsequiada desde el Padre. Espíritu al que la Iglesia toda, en la comunión que Él le confiere, le rinde con el Padre y el Hijo la misma adoración y gloria. Espíritu que desde antiguo había hablado por los profetas, que aleteaba desde el inicio en la creación del mundo, y que continúa con sus alas fortaleciendo la fe, alentando la esperanza y encendiendo la caridad. Espíritu de Cristo que nos integra como familia, hijos del Padre, y que nos confiere la sabiduría interior para distinguir y gustar lo que es conforme al amor divino, para realizar en nuestra existencia el designio de santidad que desde el principio hemos recibido como vocación.

Vivimos, así, en el Espíritu, no en la carne. La existencia cristiana se identifica entonces con una lucha permanente, en la que todo lo que nos aparta de nuestra plenitud ha de ser desenmascarado en su falsedad, las obras de la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería, las enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías y otras cosas semejantes. Todo ello se opone al designio de Dios, no como una prohibición arbitraria, sino en cuanto altera la verdad de nuestra condición de imagen y semejanza de Dios, a cuya plenitud el mismo Espíritu nos guía. Son suyos, en cambio, como frutos, el amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí. Si el fracaso del pecado nos hunde y parece destinarnos fatalmente a la perdición, el Espíritu viene en nuestra ayuda y nos orienta, habitando en nosotros, para que reproduzcamos la imagen de Jesucristo en nuestra propia personalidad, y para que alcancemos así el destino feliz al que hemos sido invitados desde el principio. Esa plenitud, que no es otra que la santidad, la hace posible el Espíritu Santo, don supremo del Padre por la Pascua de Cristo, y es la tarea que se nos confía con su propio auxilio para nuestra historia.

Agradecemos el don y lo invocamos, desde el corazón de cada bautizado y desde el corazón eucarístico de la Iglesia, para que siga pulsando la vitalidad inagotable del amor divino a través de nuestras fibras, de nuestro espíritu, de todo nuestro ser. Que Dios sea glorificado para siempre por el cumplimiento entre nosotros de su Reino de justicia, paz y gozo. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Lecturas

Del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11)

El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse. En esos días había en Jerusalén judíos devotos, venidos de todas partes del mundo. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Atónitos y llenos de admiración, preguntaban: “¿No son galileos, todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes. Y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua”.

Salmo Responsorial (Sal 103)

R/. Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra Aleluya.

Bendice al Señor, alma mía;
Señor y Dios mío, inmensa es tu grandeza.
¡Qué numerosas son tus obras, Señor!
La tierra llena está de tus creaturas. R/.

Si retiras tu aliento,
toda creatura muerte y vuelve al polvo..
Pero envías tu espíritu, que da vida,
y renuevas el aspecto de la tierra. R/.

Que Dios sea glorificado para siempre
y se goce en sus creaturas.
Ojalá que le agraden mis palabras
y yo me alegraré en el Señor. R/.

De la carta del apóstol san Pablo a los gálatas (5,16-25)

Hermanos. Los exhorto a que vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu; así no se dejarán arrastrar por el desorden egoísta del hombre. Este desorden está en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de ese desorden. Y esta oposición es tan radical, que les impide a ustedes hacer lo que querrían hacer. Pero si los guía el Espíritu, ya no están ustedes bajo el dominio de la ley. Son manifiestas las obras que proceden del desorden egoísta del hombre: la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería, las enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías y otras cosas semejantes. Respecto a ellas les adviero, como ya lo hice antes, que quienes hacen estas cosas no conseguirán el Reino de Dios. En cambio, los frutos del Espíritu Santo son: el amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo. Ninguna ley existe que vaya en contra de estas cosas. Y los que son de Jesucristo ya han crucificado su egoísmo, junto con sus pasiones y malos deseos. Si tenemos la vida del Espíritu, actuemos conforme a ese mismo Espíritu.  

R/. Aleluya, aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. R/.

Del santo Evangelio según san Juan (15,26-27; 16,12-15)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el principio han estado conmigo. Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.